reinadecapitada Jueves, 26 febrero 2015

Los animales contraen enfermedades pero sólo el hombre cae radicalmente enfermo

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada

El doctor P. era un hombre aparentemente común. Daba clases de música en el conservatorio y era uno de los músicos más respetados de su comunidad. Pero su comportamiento había empezado a desconcertar a quienes le rodeaban: a veces le costaba mucho reconocer a la gente que interactuaba a diario con él y, por otro lado, se había vuelto frecuente encontrarlo saludando a las estatuas del vestíbulo del conservatorio. Su oftalmólogo le hizo una revisión de rutina y terminó derivándolo al consultorio del doctor Oliver Sacks. Allí, Sacks observó la curiosa forma de desempeñarse de P. En principio no tenía ninguna alteración grave, no alucinaba ni tenía delirios; además se desempeñaba satisfactoriamente en su vida familiar y en su trabajo: podía cantar y reconocer partituras con facilidad.

Foto: http://www.oliversacks.com/

Foto: http://www.oliversacks.com/

 

Sacks le mostró al paciente fotografías de amigos y parientes, y si bien P. observaba la presencia de personas, era incapaz de reconocer quiénes eran, salvo por rasgos particulares, lo que explicaba que confundiese a las estatuas con gente. El hombre era capaz de percibir un objeto pero no de reconocer su función exacta; podía ver detalles pero no asociarlos en un conjunto. Por ejemplo, Sacks le enseñó un guante y le pidió que identifique y describa al objeto. P. lo describió como una bolsa con cinco compartimentos. Podía ver más no identificar. Lo que terminó de desconcertar al médico fue que, al momento de las despedidas, P. quiso tomar su sombrero para salir, pero cogió a su mujer e intentó calzársela en el cabello.

La percepción es un curioso y complejo proceso en el que se vinculan cuestiones psicológicas y orgánicas. El miedo, por ejemplo, hace que nuestra mente interprete una inofensiva sombra como un peligro potencial. Lo orgánico, el ojo, percibe la forma de la sombra y lo psicológico, la mente, interpreta su significado. Pero en estas percepciones se activan varios mecanismos más: las nociones de peligro y de sombra, el archivo mental sobre los peligros que pueden asomarse en la oscuridad y la luz, la forma en que el cerebro asocia las formas y los colores a un concepto, las relaciones entre esos mismos conceptos, la adrenalina que dispara el miedo, etc. Cualquier alteración de la percepción es determinante de la forma en que se ve el mundo.

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Hasta antes de leer a Sacks, yo vivía con certezas más simples. Por ejemplo, lo único que conocía de las alteraciones de la visión eran la ceguera, la miopía, el daltonismo y dos o tres más. Salvo la primera, el resto me parecían fáciles de sobrellevar, pues yo misma padezco miopía. Lo que no sabía es que la visión humana involucra cuestiones más complejas que la diferencia entre ver nítidamente y necesitar anteojos de lectura. Desconocía por completo que en nuestra percepción las nociones de conjunto y unidad son importantísimas, y existen zonas del cerebro dedicadas a ellas. Por esta razón es que el doctor P. confundió a su mujer con un sombrero, y no estaba loco ni nada por el estilo, pues su capacidad de razonamiento era normal.

Oliver Sacks, neurólogo doctorado nacido en Londres en 1933, se ha pasado buena parte de su vida profesional documentando estos casos de alteraciones neurólogicas y, más aun, escribiendo de tal forma que su lectura fuese accesible a todo público. Su objetivo fue incidir en la  fenomenología del paciente, por lo que incluía la descripción de las historias personales en relación con la enfermedad,  tal como se hacía, según cuenta, en la tradición médica del siglo XIX, y en contraste con los historiales médicos modernos.

 “Tales historiales son una forma de historia natural… pero nada nos cuentan del individuo y de su historia; nada transmiten de la persona y de la experiencia de la persona, mientras afronta su enfermedad y lucha por sobrevivir a ella. En un historial clínico riguroso no hay «sujeto»; los historiales clínicos modernos aluden al sujeto con una frase rápida («hembra albina trisómica de 21»), que podría aplicarse igual a una rata que a un ser humano. Para situar de nuevo en el centro al sujeto (el ser humano que se aflige y que lucha y padece) hemos de profundizar en un historial clínico hasta hacerlo narración o cuento; sólo así tendremos un «quién» además de un «qué», un individuo real, un paciente, en relación con la enfermedad…

 

(..)me siento a la vez médico y naturalista; y me interesan en el mismo grado las enfermedades y las personas; puede que sea también, aunque no tanto como quisiera, un teórico y un dramaturgo, me arrastran por igual lo científico y lo romántico, y veo constantemente ambos aspectos en la condición humana, y también en esa condición humana quintaesencial de la enfermedad… los animales contraen enfermedades pero sólo el hombre cae radicalmente enfermo.” [Tomado de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Anagrama, 2005]

Lo fascinante de la neurología es que estudia todos aquellos mecanismos orgánicos que nos hacen humanos: las funciones del cerebro que se encargan del lenguaje, de la memoria, de la percepción, del reconocimiento, etc. En sus textos, además, a Sacks le preocupa la pérdida de la identidad, que es la suma de las capacidades de relacionar percepciones, de construir figuras que sean conceptos, la relación con el cuerpo, la memoria. La identidad ligada a lo órganico, a la neurología.

Si los psicólogos trabajan con actitudes, por decirlo así; los neurólogos van, literalmente, a la raíz de los problemas. Hay conflictos en los que un cambio en el comportamiento resuelve la situación, pero hay otros en los que es necesario el uso de drogas o cirugía. Esta relación entre el cerebro y la mente fue estudiada a fondo en el siglo XIX, cuando se descubrió que dificultades del lenguaje como la afasia estaban relacionadas a lesiones cerebrales.

 

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En cada descripción, Sacks no solo enumera síntomas como un profesional especializado en neurología, sino que comparte con el lector su fascinación por la complejidad del cerebro humano, lo acompaña en su curiosidad, mira con nuestros ojos fascinados. Eso precisamente es la cualidad de un buen escritor: dominar el tema, brindarnos la información pero hacernos sentir como si su mirada fuese nuestra mirada de lectores inexpertos, hacer que percibamos y nos fascinemos la primera vez que observamos eso que él ha visto ya cien veces. Es quizás la combinación del talento y su sensibilidad humana lo que logra esto. Sacks no solo ve síntomas, asimila la inquietud de las personas.

Ahora que el doctor Sacks ha escrito su carta de despedida, vuelvo a leer los mismos lamentos del tipo “¿Por qué no se muere Fulano en vez de Sutano?” (Donde dice “Fulano” coloque el nombre de su político más odiado). Es comprensible. No podemos entender que la muerte nos arrebate a las personas más valiosas. No es que la muerte sea especialmente hija de puta. Ok, sí lo es. Pero al final, amigos, todos morimos. Lo que más nos molesta es descubrir que ante la parca seguimos siendo esa sopita de sustancias que tarde o temprano se desintegrarán en el universo. Lo que nos asusta es que esa complicada maquinaria que es nuestro cuerpo sea tan frágil que una pequeña desconexión de neuronas, un aumento o disminución de la serotonina lo arruine por completo. Es esa inquietud la que llevó a Oliver Sacks a documentar las condiciones de sus pacientes y, además, a dejar valiosos aportes tanto a la literatura como a la medicina.

Hay que leer a Sacks. Hay que leer la historia del pintor que solo podía ver en blanco y negro. La historia de Temple Grandin y su máquina de dar abrazos. La historia de las personas que viven con alteraciones de la memoria inmediata. La historia del baterista con Tourette que solo puede controlar su condición cuando toca su instrumento. La historia del mismo Sacks, que vive con prosopagnosia, la incapacidad de reconocer los rostros de las personas aun cuando uno conviva con ellas. La incapacidad de reconocer tu propio rostro en el espejo. Sacks cuenta que ante un espejo debe hacer ciertas muecas para saber que es él quien está ahí reflejado.

Uno aprende mucho de Sacks. Yo aprendí la conciencia de la fragilidad.

 



 

Página oficial de Oliver Sacks: biografía, bibliografía, videos

http://www.oliversacks.com/

 

Oliver Sacks: ¿Qué revelan las alucionaciones sobre nuestras mentes?

Propagnosia, el caso de Oliver Sacks

Entrevista al neurólogo Oliver Sacks 

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada