reinadecapitada Sábado, 29 agosto 2015

Breve defensa del pucho

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada


«El otoño en Berkeley era hermoso. Y fue en otoño cuando di mi lectura de poemas, ante
un gran auditorio, en la universidad. Con micro, traducción, y vaso de agua. Pero sin cenicero. Verso va, verso viene. Haciendo esfuerzos indecibles por parecer blanco, educado y dueño de un ingreso superior a los 30 mil. Hasta que no pude aguantar más. Con gesto de poeta, y en veloz movimiento, encendí el cigarrillo que había permanecido oculto como una cucaracha. My God. Un súbito rumor de cataclismo y los ojos de espanto, es todo cuanto puedo recordar. En un instante la sala quedó casi vacía».

(…)

«Soy miembro de una especie en vías de extinción. Rodeado por inmensas avenidas sin fumador alguno. Ni a quién pedirle un fósforo. Los perros nos evitan, los niños nos escupen. Hasta en Lima, insalubre y pobretona, me siento con frecuencia el último de los dinosaurios».

ANTONIO CISNEROS, «El último dinosaurio».


 

Estimado colega:

Sí, voy a referirme a este post.

No, la gente no fuma para ser cool.

Fumando espero

No, uno no fuma por pose. Fuma porque le encuentra un sentido al acto de fumar. Y ese sentido es el mero placer de hacerlo. Sé que hay placeres más comprensibles que otros. Comer o tener sexo o jugar no necesitan mayor justificación. Pero, por ejemplo, fumar, practicar bondage o comer surströmming no son actividades comprendidas por la mayoría. Y comprendo que el tabaco esté en ese conjunto. Después de todo, pensándolo bien, ¿qué tendría de placentero aspirar humo de algo que se quema?

Y ese es el problema con los placeres ajenos: si no los entendemos, no los toleramos.

Evidentemente me refiero a los placeres que no hacen daño al prójimo. Sabemos que hay seres humanos que encuentran placer en cosas espantosas como torturar, descuartizar, violar o quemar al prójimo, pero no estoy hablando de Bill Cosby esos horribles seres.

La moda no (nos) incomoda

Como no toleramos que el prójimo se regodee con algo que sencillamente no entendemos, recurrimos al facilismo de atribuirlo a la moda, la pose, o las ganas de llamar la atención. No los culpo. También sé perfectamente que la industria tabacalera gastó sus milloncitos en mostrarse más amigable de lo que es y en estimular a las estrellas de Hollywood para que fumaran en pantalla. Ahí teníamos, por ejemplo, a Clark Gable, cigarrillo en labios, conquistando a las mujeres con ese encanto perverso que a muchas fascinaba, y que llevó al público a imitar sus maneras. Ya se sabe que Hollywood es la gran fábrica de modas y conductas. Pero ni Hollywood ni la televisión inventaron el tabaco. Era una costumbre nativa americana que Colón probó cuando llegó a estas tierras por primera vez.

No imagino a los nativos americanos fumando para sentirse más cool. Cómo te explico.

Clark Gable y Joan Crwaford en Chained (1934). Foto: SNAP/Rex Features

Clark Gable y Joan Crwaford en Chained (1934). Foto: SNAP/Rex Features

 

 

No, el mundo no es un cenicero, pero tampoco un púlpito.

Quizás no soy la representante “ideal” de los fumadores. De hecho, estuve casi tres años sin fumar solo porque, de un momento a otro, ya no me apeteció más el tabaco. Y en esos tres años no tuve la urgencia de hacerlo. No hubo promesas firmes ni angustias por superar el día a día. No podría calificar lo mío de adicción. ¿Que cómo volví? Pues me volvió a provocar. Pasé una situación singular y quise recordar el gusto agrio de la boca, así que volví a encender un pucho.

¿No lo entiendes? No hace falta, no se trata de entenderlo.

No se puede entender porque no se puede aplicar la objetividad a los placeres. El único límite de un placer es que no dañe al prójimo. Por ende, matar, descuartizar, violar o quemar a la gente están fuera de toda discusión. Con el resto entramos en la escala de grises porque hay un catálogo de cosas que a unos les gusta y a otros no: cierto tipo de ropa, cierto tipo de música, etc. Y todos rajamos del gusto de todos en música, en ropa, en amantes, en política.

Lo que sí hay que entender es que muchos fumadores son adictos. Y que la adicción no es un problema hecho para fastidiar a otros. De hecho, es lo primero que se dice en los tratamientos contra ella: los familiares o amigos no deben sentir que el adicto se porta como se porta porque no los quiere, lo hace porque lo que siente es, sencillamente, incontrolable. Al adicto corresponde ayudarlo, comprenderlo, no echarle un sermón.

Sí, cada vez somos menos los fumadores.

Amigo, lo que te disgusta del tabaco no es el acto en sí. Lo que te disgusta es la falta de consideración de la gente, y eso no debería estar asociado exclusivamente al tabaco.

Lo que nos disgusta a quienes fumamos o bebemos es la manía compulsiva de hacernos sentir culpables por actos para los que ya tenemos la mayoría de edad suficiente. El afán de llevarnos al buen camino. La obsesión por volvernos saludables.

Si fumo, alguien me advierte del cáncer. Si bebo, alguien me previene contra la cirrosis. Si tomo Coca-cola, alguien me habla de un video viral y el azúcar y etcétera.

Uno abre Facebook y de pronto todo mata: noticias sobre el daño que hace el agua con gas, la sal, las galletas de soda, las fresas, el vino, el sexo, las mujeres, los hombres…

Antes la liga de villanos estaba compuesta a lo sumo por el tabaco, el alcohol, el azúcar, dos o tres más y para de contar. Hoy todo hace daño. Todo. La leche, el café, hasta el agua embotellada. No hay día en que no aparezca sobre las propiedades cancerígenas sobre algún anodino comestible

A este paso nos vamos a volver todos aireanos.

Lo curioso es que por cada noticia de algún alimento o costumbre insalubre, aparece otra sobre un nuevo malestar mental. Hasta la neurosis se convirtió en un juego de niños al lado de lo que los psicólogos señalan como nuevas compulsiones, obsesiones y manías.

Sí, he visto la parte trasera de las cajetillas.

Yo no le recomendaría a nadie fumar, tampoco beber o comer lo que a mí me gusta. Creo firmemente que cada cual es responsable de echarse a perder. Y pido permiso para fumar. Tampoco me gusta fumar en lugares cerrados. Fumo al aire libre, porque me gusta la combinación del olor entre el humo de tabaco y la humedad limeña. No creo que exista un olor parecido en otra parte.

Sí, amigo, ya sabemos lo que nos espera con cada pitada que damos. Y lo sabemos porque nuestra cultura vive obsesionada con los peligros que nos acechan en los platos de comida, en el aire y en el agua: muerte muerte muerte.

Te tengo una noticia: todos vamos a morir.

Y no, no es resignación. Sí, también sé que puedo hacer ene cosas para tener una mejor calidad de vida. Pero son muchísimas y cada vez aparecen más y más recomendaciones, todas ellas contradictorias: que si el vino previene el infarto, que si no lo previene…

La existencia de por sí, es insalubre. Pero se hace más odiosa con los guardianes de la moral y las buenas costumbres. A ellos suelos dejarlos conversando entre sí de lo buenas personas que son, y me voy al balcón para fumar un mentolado, cosa que también haré luego de postear este artículo.

Saludos cordiales.

 


*Si quieren leer un gran texto sobre el tabaco, el Solo para fumadores de Julio Ramón Ribeyro es inigualable. Texto completo aquí.

 

Siempre quise rendirle un pequeño homenaje al vicio de Ribeyro

Siempre quise rendirle un pequeño homenaje al vicio de Ribeyro.

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada