reinadecapitada Jueves, 30 abril 2015

Libro de reclamos de una lectora incrédula

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada

La semana pasada escribí un post sobre las profecías de la muerte del libro, todas basadas en la desaparición del libro físico y la aparición del eBook. Sin embargo, hace unas semanas apareció este artículo en el diario El País (no, no es el de Antonio Navalón). El texto se titula “Fiebre del libro en Perú” y comenta las cifras en el crecimiento de la venta y edición de libros, a propósito de la entrada del Grupo Editorial Penguin Random House a nuestro país.

 

Optimista nota en El País

Optimista nota en El País

 

Sobre este tema quisiera hacer algunas acotaciones como lectora y consumidora de libros. Sí, a pesar de lo que algunos entendieron sobre el post anterior a este, yo sí compro libros de papel, pero ya no tanto como antes, en primer lugar porque cada vez hay menos espacio para almacenarlos. En segundo lugar porque sus precios siguen estando lejos de los ideales: algunos libros pueden costar cien soles. Y probablemente el asunto del precio empeore este mismo año gracias a que el Congreso no renovará la exoneración de impuestos al libro.

Pero no es el precio el tema en que me voy a detener sino en algunas afirmaciones del artículo que me gustaría comentar.

Este crecimiento ha supuesto, en los últimos cinco años, la expansión de la red comercial del libro —con la apertura de nuevas librerías—, la aparición de nuevos sellos editoriales, y el incremento en un 300% del número de títulos editados entre 2003 y 2013.

Es cierto que hay nuevas librerías, pero usualmente se concentran en los mismos barrios de las antiguas: Miraflores, Barranco, San Isidro… Eso en cuanto a los locales que tradicionalmente llamamos librerías. Líneas abajo en el artículo, un librero peruano hace una precisión: esto se debe a la aparición de más centros comerciales. Aparentemente se estaría considerando como librerías también a las zonas de los supermercados que venden libros, la mayoría utilitarios y de autoyuda, y a las cadenas como Zeta Bookstore o Crisol (donde Alan García cof cof es socio cof cof) que también tienen presencia en varios centros comerciales. A mí parecer, más que librería, este tipo de locales sigue la lógica de los supermercados: impulsan la venta de bestsellers, títulos de moda y, apenas estos se agotan, reponen en los escaparates otros títulos en boga.

¿Es esto necesariamente negativo? Ahora hay supermercados en casi todos los distritos de Lima, incluyendo los sectores emergentes. Pero lo cierto es que cuanto más C o D el distrito, hay menos variedad y cantidad de libros en las secciones de libros (si es que la hay). Y esto no se debe a los precios. Por citar un caso, cierto supermercado suele tener títulos atractivos para los bibliófilos en su sección librería, donde, por ejemplo, se hallan obras reeditadas de Tennessee Williams a quince soles, pero solo cuenta con estas ofertas en sus sucursales de Miraflores o San Borja.

Otra alternativa popular de consumo de libros son las ediciones que los diarios sacan a la venta a bajos precios, principalmente el grupo El Comercio (que casi monopoliza los medios al controlar el 80% de la prensa escrita). Este grupo compra colecciones de editoriales españolas (Alfaguara, Lumen, Sol90, etcétera) o tiradas que diarios de Argentina o España han editado, y las vende en territorio nacional a precios accesibles. Lamentablemente la venta de estos títulos sigue la lógica de los supermercados: es más fácil encontrar colecciones completas de los cómics y libros de promoción en San Isidro que en La Victoria. ¿No habemos lectores ansiosos por ofertas en La Victoria, San Juan de Lurigancho, Comas o Villa El Salvador? ¿Es el gremio de canillitas el único obstáculo al colocar un cómic o libro de colección en kioscos?

 

Vargas Llosa augura, entre los efectos negativos, “la desaparición de una empresa editorial pequeña que tradicionalmente garantizaba la publicación de libros que no iban a conquistar a un gran público, sino a quedar confinados en minorías interesadas en una literatura de experimentación, de vanguardia”. “Vivimos en una época en la que cada vez va a haber fusiones más grandes en el mundo editorial, y con la desaparición de editoriales medianas, van a sobrevivir las pequeñísimas, artesanales, donde se van a refugiar esos libros: el teatro, la poesía, cierto tipo de ensayos que muy difícilmente pueden en nuestros países llegar a un público vasto”, explicó.

 

Sobre las editoriales y las fusiones, Vargas Llosa tiene algo de razón, pero su análisis aún está al nivel de la predicción. Hay muchas editoriales independientes en Perú, incluyendo provincias (cuya movida cultural vergonzosamente admito no conocer), pero la mayoría o pública esporádicamente (existen solo cuando se necesita editar un libro) o tiene un promedio corto de vida. Entre las excepciones de Lima se encuentran Estruendomudo, que tiene diez años ininterrumpidos de existencia, y Ediciones Altazor, la cual incluso convoca anualmente a un concurso de novela y edita un dossier periódico de cuentos. Pero Estruendomudo, ya tiene poco de su inicial espíritu independiente y aspira a convertirse en una editorial grande, pues publica todo tipo de libros y mantiene sellos editoriales distintos para cada género, además de recibir a plumas de farándula, política y demás. Aparte de las mencionadas, todos los años aparecen nuevas editoriales, algunas dedicadas noblemente a géneros poco rentables como la poesía, verbigracia Paracaídas editores. En novela, el sello que está empezando a destacar es Animal de Invierno, que ha publicado a jóvenes novelistas bien tratados por la crítica como Claudia Salazar y Francisco Ángeles.

Foto: leeporgusto.com

Foto: leeporgusto.com

 

Este, sin embargo, es solo el panorama favorable. Hay mucha voluntad por editar y publicar, por lo que Random House no va a monopolizar todo el mercado, aunque sospecho que la poesía y las obras de autores noveles no le interesan mucho. Las dos principales amenazas contra el mercado editorial y sus autores son dos, y ninguna ha sido mencionada por Vargas Llosa. La primera es una probable crisis económica, que puede ser grave o leve. Y por más leve que sea, ya se sabe que la cultura será la primera afectada: desaparecerán muchas pequeñas editoriales.

La otra amenaza es el tipo de lectores que estamos cultivando. Es cierto que el índice de alfabetización ha crecido gracias a las políticas de nuestros últimos gobiernos y que además los programas sociales enfocados en la alimentación infantil (como Qali Warma, que funciona a pesar de sus terribles fallos) permiten que los niños puedan alfabetizarse sin la amenaza de la desnutrición. Esto, sumado a la designación del Plan Lector como programa de lectura obligatoria en las escuelas, ha logrado aumentar ligeramente los índices de comprensión de lectura de acuerdo a los resultados de la última evaluación censal del Ministerio de Educación (aunque podemos dudar de los indicadores del Minedu porque sus herramientas de medición no están a disposición del público).

Pero el Plan Lector no es riguroso, por lo que los colegios y las editoriales pueden «acordar» (léase negociar) el tipo de libros que los alumnos leerán pues el Minedu solo designa la obligatoriedad de la lectura, mas no los parámetros en contenido ni los temas (hecha la ley, hecha la trampa). Esto no queda en la mera sospecha, ya han sido denunciados varios casos de contubernios entre escuelas y editoriales para obligar a los padres de familia a comprar determinados libros de acuerdo a los requerimientos de la editorial. Además del lucro reñido con la ética se encuentra el hecho de que nadie supervisa la calidad de los textos que leen los alumnos. Gracias a amigos profesores, sé que hay colegios en que obligan a leer a Coelho o libros de autoayuda como parte del programa. No estamos formando lectores críticos. No hay conexión entre los cursos de Literatura y el programa del Plan Lector. Sí, se lee más en Perú, pero los lectores actuales compran libros de auto ayuda, bestsellers y farándula. Alguien podrá decir que hay más lectores que antes y será cierto, pero estos lectores no contribuyen a sostener a la pequeña industria editorial sino a los gigantes como Random House.

Foto: Diario El Comercio

Foto: Diario El Comercio

La nota de El País celebra al libro como mercancía. No está mal. Después de todo, la elaboración de un libro, desde que el autor lo escribe hasta que es impreso y luego comprado, involucra un proceso editorial industrial. Pero, además, el libro, o más bien, su contenido es un bien cultural. Y en la cultura tanto el Estado como la empresa juegan papeles importantes. En ese sentido, quienes declaran en la nota temen algo que ya sucede: el mercado de libros termina siendo más mercado que movimiento cultural. La entrada de los gigantes editoriales a Perú debería ir a la par con una política de estado que empiece con la exoneración de los impuestos a mercancías culturales como los libros, y que descentralice el lanzamiento de autores nuevos.

Si la industria y el estado no aprovechan el movimiento cultural nacional (no solo el limeño) la tecnología, que llega antes que la cultura a las zonas pobres, hará que el eBook le gane la partida al papel, y con este, a las editoriales nacionales. A las grandes editoriales no les costará nada adaptarse a los nuevos formatos y saturar el mercado.

Esta es mi pequeña apreciación sobre la base de mi amistad con editores, libreros y otros escritores, y mi categoría de consumidora, pero sobre todo, como lectora, como vieja lectora.

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada