reinadecapitada Lunes, 9 junio 2014

Viaje a Tombuctú: un fallido viaje a los 80

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada
" uno tampoco puede darse el lujo de ser concesiva solo porque se trata de producto nacional."

» uno tampoco puede darse el lujo de ser concesiva solo porque se trata de producto nacional.»

La cinta retrata la infancia y adolescencia de una chica que nació a finales de los setenta y vive en La Punta, por lo cual a su manera vive esas épocas especialmente difíciles de los ochentas: terrorismo, crisis económica, etc. De entrada la película plantea una trama costumbrista. No hay un argumento concreto más allá de ver el desarrollo de la protagonista. Es entonces una película de aprendizaje.

1. La cinta se divide en dos tiempos: la infancia y la adolescencia del personaje principal. Desde ya el retrato de la infancia es aburrido. Ese primer capítulo pretende ser netamente costumbrista, pero las imágenes de la infancia de la protagonista son solo viñetas sosas de personajes planos. Creo que el mérito del costumbrismo radica en presentarnos un ambiente conocido pero donde de alguna forma podamos descubrir algo nuevo o un detalle más profundo aunque seamos parte de él. Las imágenes se perdían con diálogos muertos por lo irrelavantes. Uno se la pasa preguntándose qué propone la película aparte de un retrato aburrido de la infancia y juventud de una chica de clase media limeña.

2. No ayudaba que la actuación de la niña fue mala (decía sus textos como si estuviese recitándolos para una actuación del colegio, hasta la hermanita de la chica a la que le regalan la bicicleta tenía más carisma). En general todo ese episodio de la infancia estuvo lleno de imágenes cliché que no aportaban mucho. No hubo profundización en ninguno de los personajes. La familia era una familia de catálogo ochentero de Sears. Apenas Enrique Victoria y Élide Brero, siendo actores de polendas, pudieron lucirse. El abuelo se lucía con algunas manías particulares que lo hacían entrañable. Pero fue el único personaje con color.
El momento clave de este segmento fue aquel donde los niños que serán futuros enamorados fantasean y el pequeño dice la frase que da nombre a la película. Aquí los diálogos están tan mal concatenados que lo que pudo ser un momento tierno terminó siendo un diálogo cursi.

3. Creo que hacer una película costumbrista es todo un reto, porque no se sostiene en un argumento que lleve de la mano al espectador. Y en eso VAT ha fallado enormemente, esperando que el peso de la película se base en la conexión emocional con el público que vivió esa época. De repente eso sucedió o no (al menos a mí que viví casi lo mismo de esos años no me pasó). No sé si haya sido la intención de la directora hacer eso o solo impresión mía porque realmente no veo de qué más pueda sostenerse la película. No había una historia relevante. Y la realidad social era mostrada a través del recurso facilista de las imágenes televisivas (no es la primera película que muestra esto, quizás sea un problema de presupuesto, pero ya cansa ver siempre el mismo recurso). Pretende ser retrato urbano de una época y no pasa de un par de viñetas que parecen armadas en una conversación cualquiera sobre los años ochentas: «¿Te acuerdas de los apagones?» «¿Te acuerdas del concierto de Soda?» «¿Te acuerdas de que no podíamos ir de viaje de promo a Ayacucho por el terrorismo?». Poquito les faltaba para sostener un letrero que dijera «esta es una escena nostálgica». La gracia del cine está en mostrar no en enunciar.

 

te acuerdas

«¿Te acuerdas cuando no podíamos ir de viaje de promo a Ayacucho por el terrorismo?»

 

4. Y ese es el gran problema de la película: es pretenciosa. Desde el momento en que se llama Viaje a Tombuctú trata de matizar la historia con una vena lírica forzada, llena de versos malos recitados en persona, a través de las cartas o como fondo sonoro de las imágenes de los protagonistas mirando en lontananza. Ya ni siquiera me acuerdo de algún verso como para citarlo (maldita memoria), pero puedo jurar que eran símiles mediocres sobre el amor y el cuerpo. Lo peor fue que usaron a Lucho Hernández como referente. De verdad me quise morir cuando leyeron en voz alta un verso suyo en medio de tanto algodón de azúcar. ¡Eso no se le hace a un poeta!

5. Y con la referencia a Luis Hernández me acuerdo de otro detalle. El solo hecho de presentar ciertos referentes es un recurso baratísimo. Ok, a una se le puede mover el corazoncito recordando la época en que grababa casetes y les dibujaba la carátula con plumón, o viendo la habitación de la protagonista llena de pósters de grupos ochenteros y la canchita del cine en bolsitas de papel con rayas rojas, pero lo irónico es que estos detalles eran lo que tenía más alma, color y personalidad en la cinta. Los objetos tenían más autenticidad que los personajes.

6. Los personajes no tenían vida. Eran impostaciones de caracteres. No sé si el chico que hacía de pareja de la protagonista actuaba mal o tenía un pobre guion, o probablemente ambas cosas. Los diálogos eran inconexos. No recuerdo ninguna conversación relevante o entrañable o tensa (salvo el momento de la inspección militar al bus de civiles en el viaje de los amigos a la sierra). Si la película no tiene un argumento, debería hacer relevantes los tiempos muertos, las conversaciones, las acciones cotidianas. No lo hace.

7. El único momento relevante de la cinta es la escena del bus en que este es detenido por el ejército y les piden documentos a todos. La intensidad de la situación y la naturalidad de los extras me recordaron bastante a La boca del lobo. El problema fue que esta escena abre una trama que se resuelve de forma apresurada por lo cual su aporte al final no se hace evidente. Es el plot point que catapulta todo y sin embargo no tiene repercusiones mayores en el guion. Por esa razón creo que el guion falla en dejar que el público interprete todo en los silencios y las imágenes, ya que no tiene la habilidad para comunicar a través de ellos.

Y ya está. Esas son mis impresiones de por qué viaje a Tombuctú me pareció mala. Ahora voy a seguir viendo Orange is the New Black. Dicho sea de paso, me parece interesante contrastar algo. Por el servicio de Netflix pago mensualmente 24 soles y puedo ver todas las películas y series que pueda en alta calidad, en cualquier momento y cuantas veces quiera, todo legalmente. Ayer pagué 21 soles solo por mi entrada para ver Viaje a Tombuctú en segunda fila del cine (arriesgándome al dolor de cabeza), y todo para una película que decepcionó mis expectativas. ¿Ven, amiguitos? Por eso es que el cine peruano no puede darse el lujo de ser malo, porque tiene en contra, además de la piratería, a toda una industria con productos seductores para el público. Y uno tampoco puede darse el lujo de ser concesiva solo porque se trata de producto nacional.

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada